Remolinos en Río
"A los niños de capoeira les encantaba la cámara. Tocaban, se acurrucaban y volteaban". -Jamie Brisick
Era el año 1999. La ciudad era Río de Janeiro. La tarde era luminosa y húmeda. Alquilé una bicicleta en Leme y pedaleé hacia el sur a lo largo de la playa, ese paseo ondulado que es casi tan icónico como el Pan de Azúcar o la estatua de Cristo.
Pasé a chicas patinando en bikinis de hilo dental y a viejos sin camisa y curtidos en Speedos, calcetines y zapatos que corrían a pasos cortos, casi arrastrando los pies. Vi a un niño descalzo con pantalones cortos rojos correr con una pelota de fútbol en equilibrio sobre su cabeza. Me maravilló ver a una mujer con un vestido blanco que bailaba sobre la arena al estilo de Woodstock con tres golpes de ácido. Era vieja y tal vez sin hogar. En el momento justo miró en mi dirección. Sus ojos eran intensos, como si hubiera mirado por encima de un abismo cósmico.
Para divertirme, giré en S con las líneas del mosaico curvo, la versión para andar en bicicleta de ese juego de niños de no pisar las grietas de la acera. Se sentía como montar una ola.
El paseo fue diseñado por el arquitecto paisajista brasileño Roberto Burle Marx, quien revolucionó la estética de los jardines. Burle Marx fue una de las primeras personas en pedir la conservación de las selvas tropicales de Brasil. Trabajó para identificar y cultivar la maleza tropical poco estudiada de Brasil (descubrió casi 50 especies), enmarcando plantas autóctonas en arreglos que les dieron un nuevo significado.
Pasé por los quioscos que vendían agua de coco fresca con pajitas altas y delgadas que sobresalían de sus tapas cortadas. Olí esa suculenta especialidad de la playa de Río: queso frito en un palito. Escuché el gemido de la motosierra que cortó mi conexión con Dios, la patria y la familia, que es una forma melodramática de decir que me olvidé de mí mismo, me sentí intoxicantemente libre.
Me encontré con estos niños de capoeira en la esquina sur de Leblon. Presidiéndonos estaba Dois Irmãos, esa espectacular montaña de roca de granito que es el telón de fondo de tantas fotos sexys de la playa de Río. En ese momento, una neblina brillante había cubierto el sol. El océano olía a salobre y vagamente séptico. A los niños de capoeira les encantó la cámara. Tocaron, se acurrucaron y dieron vueltas. Desearía poder decirles que logré esta imagen en la primera toma, pero de hecho me tomó cuatro o cinco.